27/5/12

Mi filmoteca: Gente corriente (1980)


Ya se sabe que cuando a los gurús del guión les da por uno, no hay quien los saque de los mismo ejemplos. Y Robert McKey, en su libro “El guión”, destripa constantemente el de este film, ganador del Oscar en 1980, escrito por Alvin Sargent, y basado en la novela de Judit Guest. Por eso me decidí finalmente por verla, y me he encontrado con un peliculón de los que te marcan. Por dos cuestiones: por su sensible e inquietante tratamiento de la depresión y la insana relación madre-hijo que dibuja.
En el cine hemos visto esposas adúlteras, esposas que abandonan hogares e hijos, aunque luego vuelvan para pedir su custodia (Kramer vs. Kramer, Robert Benton, 1979) madres sobreprotectoras hasta la psicosis y hasta alguna aberración escalofriante (Los Límites del silencio, Tom McLoughlin, 2001) en esa relación madre-hijos. Pero entre todos los conflictos imaginables, los más manidos y los más originales, el cine, como la sociedad, apenas ha osado cuestionar lo incuestionable: el amor de una madre por sus hijos. Pero ¿qué pasa cuando una madre no quiere a su hijo, no le escucha, prácticamente le ignora, pero ni siquiera tiene agallas para decirle a la cara que no siente por él más que rencor? ¿Qué pasa cuando ese hijo tiene problemas psicológicos y necesita el apoyo de sus padres, y su madre se comporta como esa chica a la que queremos acercarnos pero que no nos hace demasiado caso, y se limita a intercambiar algunas frases por compromiso? ¿Qué pasa cuando una madre, sencillamente, no ejerce de madre? Pues pasa que tenemos un conflictazo, un personaje odioso (un caramelo que se come Mary Tyler Moore), uno de los polos de una de las relaciones más dolorosas e inquietantes que he visto nunca en la gran pantalla. Una relación que en cierto sentido, nada tiene de corriente.
Y sin embargo, el título del primer film como director de Robert Redford (posiblemente el mejor) es una declaración de intenciones: en efecto, no estamos ante un melodrama maniqueo, sino ante un drama real, sobre gente imperfecta, sobre animales heridos.
La interpretación de un joven Timothy Hutton (que le valió un Oscar) encarnando a Conrad, el adolescente atormentado por la muerte de su hermano (de la que se siente culpable) es, sencillamente, escalofriante. Por su parte, Donald Sutherland y Mary Tyler Moore como los padres, están espléndidos. Él es Calvin, un buen hombre, un trozo de pan que lo único que quiere es mantener a su familia unida. Ella es Beth, una mujer dura y fría como el acero, que apenas oculta su resentimiento hacia Conrad por la muerte de su primogénito.
Aunque quizá peca de obvia o exagerada en algún momento a la hora de dibujar el desencuentro madre-hijo, el film tiene escenas que (será que por alguna cuestión me ha tocado la fibra) dan más miedo que las pelis de miedo: ese momento descaradamente incómodo entre Beth y su hijo cuando Calvin se empeña en hacerles una foto juntos, esas conversaciones (cuando no están discutiendo) también incómodas y dolorosamente triviales que reflejan ese total desencuentro. “Simplemente, no conectamos”, dice Conrad. Yo ya había conectado por siempre con este dramón cuyo final te deja tan frío como aliviado, y que ya forma parte de mi filmoteca. Recomendable 100%.

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11/5/12

'Monsieur Lazhar' (2011): una lúcida, sosegada y emotiva reflexión sobre nuestros valores educativos y vitales

Una profesora se ahorca en una clase de primaria. Los niños deberán convivir a partir de ahora con ese doloroso recuerdo, con la idea de la muerte, con conceptos que les sobrepasan a su corta edad y que les dejaran, en cualquier caso, una huella indeleble. La política del colegio es intentar olvidarlo todo, alejar a los niños de lo sucedido. Pero el profesor sustituto, el ‘monsieur Lazhar’ del título, un refugiado argelino, cree más conveniente que los niños aprendar a convivir de una forma natural con ello. Tras leer un discurso escrito por una de las alumnas (en una escena apabullante), en el que habla del suicidio de su maestra de una forma tremendamente lúcida y desgarradora, la directora del centro prohíbe a Lahzar hacer copias y distribuirlas, en pos del respeto por la difunta. “¿Y ella, fue respetuosa con ellos cuando se colgó en medio de la clase?”, es la respuesta de Lahzar.

En la anterior escena radica una de las claves de un film que habla sobre cómo gestionar el recuerdo de algo tan doloroso y violento como un suicidio: ¿afrontándolo o enterrándolo? La propensión de Lazhar a exponer el tema incomoda a los padres y demás profesores, poniendo, continua pero suavemente, el dedo en la llaga, violentando unos valores culturales que pretender desterrar la idea de la muerte, negarla.

La otra gran cuestión de fondo del film es su reflexión sobre el sistema educativo (occidental, se entiende). No es difícil suponer la estrategia narrativa del director en este punto: colocar el mensaje central del film no en boca de Lazhar (lo cual resultaría demasiado obvio y moralizante), sino de uno los personajes con menos crédito de la función, de aquellos que uno no se toma demasiado en serio. Gastón, el profesor de educación física (algo así como un gañán a la francesa) se queja lúcidamente: “tratamos a los niños como si fuesen residuos radiactivos”. Esta se revela cómo la idea central del film: ya no se puede pegar, pero en el otro extremo, tampoco abrazar a un alumno, desterrando los sentimientos y la implicación emocional de las aulas. La revelación final del (algo previsible) misterio sobre el suicidio de la anterior profesora acaba de poner el acento en esta problemática. Tampoco se debe educar, tan solo enseñar, como le espeta uno de los padres a Lazhar. Y eso que no dan “Educación para la ciudadanía”…
Al contrario de lo que pueda sugerir su premisa inicial, ‘Monsiuer Lazhar’ no transita por el lado sensacionalista de la misma. Al contrario, el nuevo film del canadiense Philippe Falardeau, lejos de explotar las vías que abre dicha premisa, destaca por su sutileza, apuntando sin subrayar. Por ejemplo, el trágico pasado de Lahzar, que (aunque nos imaginamos) sólo conocemos mediante insertos de su declaración en los juzgados en los que pide el asilo político. O la incipiente e improbable relación entre Lahzar y Claire (Brigitte Poupart), otra profesora del centro que se interesa por él; o la ‘conexión magrebí’ con uno de los alumnos; ni siquiera explota el previsible choque cultural ni las posibilidades cómicas y dramáticas del “pez fuera del agua”.

En cierto sentido, tanta sutileza también juega en su contra, ya que el libreto adolece de los problemas (o convicciones, según se mire) narrativos clásicos del cine de autor europeo o europeizado. ‘Monsieur Lazharno tiene grandes giros, ni unos conflictos demasiados potentes. De nuevo tema sobre trama. El film simplemente sigue una línea pausada, una progresión en la que Lahzar va venciendo los escepticismos de los demás maestros y de los padres, y va ganándose el corazón de los pequeños, necesitados de la calidez y la comprensión que les aporta su nuevo profesor. Y el espectador no puede evitar ir enamorándose de este entrañable profesor, hasta llegar a un final emotivo pero, a mi entender, algo precipitado.

Las fantásticas actuaciones de Mohamed Fellag (abandonando su registro cómico) y los infantes Sophie Nélisse (ojo a esta niña, porque además de buena actriz amateur es una preciosidad) y Émilien Néron, con sendas escenas sobrecogedoras, son las otras grandes bazas de un film impregnado de la personalidad de su protagonista: entrañable, contenido, obstinado y esencialmente bondadoso.

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