27/8/11

"Super 8" o el triunfo de la (falsa) nostalgia ochentera.


Hace poco cacé por TV el final de "Tiburon 3" (Jaws 3, Joe Alves, 1983). Y al ver cómo estallaban las mandíbulas del escualo al tragarse una bomba no pude por menos que esbozar una nostálgica y condescendiente sonrisa.

Hoy en día, a la gente le encanta decir que acaba de ver una película como las de los 80, aunque tengan apenas 20 años, pero mucho me temo que un thriller genuinamente ochentero sería en muchos aspectos infumable para el espectador medio actual, acostumbrado a un cine donde la calidad de una superproducción se mide por la factura de sus efectos especiales y lo trepidante de su acción, donde al guión sólo se le pide que sea correcto y repita los mismos arquetipos de siempre.

Al contrario de lo que leo por ahí, viendo “Super 8“ nunca tuve la sensación de estar viendo una película de los 80. Yo nací en el 80, y lo único que me recordó a "E.T." (Steven Spielberg, 1982) es por la cantidad de veces que he oído la comparación. Abrams debe haber creído que bastaba con poner a un grupo de niños aventureros (al estilo de “Los Goonies” (The Goonies, Richard Donner, 1985) o “Cuenta conmigo” (Stand by me, Rob Reiner, 1986)) rodando en super 8 para dotar de “ochentismo” a la película, lo cual no sé si tomarme como una muestra más de ingeniería comercial cinematográfica y un insulto a mi inteligencia como espectador, o como un intento honesto y fallido del bueno de J.J.

“Super 8” quizá sea el “E.T.” o “Los Goonies” de las generación actual post 11-S, con el mismo sentido de la lírica y la magia que “Monstruoso”, “REC” o “28 días después”. Películas todas estas que me encantan, pero cuya contundencia, carga violenta y sentido apocalíptico no ligan nada con el espíritu de aquellas. En este sentido, el film es más Abrams que Spielberg.

Ignoro si por cobardía, o simplemente por la natural inclinación actual hacia la desmesura, Abrams se vale de todo tipo de recursos actuales para hacer más digerible su pretendido homenaje: montaje trepidante e impecables efectos especiales “factoría Spielberg” tan excesivos e innecesarios como tanta acción y tantos golpes de sonido para generar sustos. Y es que en los ochenta, los trenes no descarrilaban así.

El cuadro lo completa un guión tan sólidamente arquetípico desde el primer fotograma que se le ven las costuras en exceso (traumas infantiles, elementos que se siembran y luego se recogen, secundarios que se ven venir de lejos, malos malísimos, chica rubia en peligro y protagonista al rescate, momentos lacrimógenos muy bien trenzados con pasajes de acción, moralina final, etc.). Todo ello hace que el film se deslice cuesta abajo empujado por una inercia que entretiene, pero que no excita ni sorprende. No confundamos lo que se hacía en los 80 con lo que se lleva haciendo desde los 80.

¿Y el monstruo? Bien, gracias. Ha sido muy bien conservado en el formol de nuestra curiosidad por una abrumadora campaña publicitaria, inteligente, prometedora y atractiva; incluyendo los carteles, casi lo mejor del film. Pero a pesar de tanto misterio, y de que efectivamente es inquietante, no era más que otro "monstruoso” alienígena, carente del carisma necesario, por mucho que intenten humanizarlo al final. De nuevo más Abrams que Spielberg.

En fin, un sólido producto comercial, más pretencioso que atrevido en su empeño de remover nostalgias ochenteras, y que no logró su objetivo en este humilde crítico. Demasiado anclado en el cine mainstream actual como para atreverse a revisitar de verdad los 80; demasiados homenajes y referencias, demasiado sabor a refrito como para respirar un mínimo de personalidad propia. Un buen film entretenido, pero que no queda.

Kenneth Turan, de L.A. Times, lo define mejor que yo: "Aunque efectiva por momentos, finalmente no es tan excitante o emocionante como nos gustaría que fuese (...) El problema de 'Super 8' no es que tenga mucho de lo que quejarse, sino que tiene poco por lo que entusiasmarse".
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16/8/11

Después de "Primos", "Amigos". La misma (poca) gracia. El mismo éxito.

¿Qué le pasa al cine español? ¿Y al público? No sé si será cosa del marketing, o de un público cada vez menos exigente, pero resulta que películas como “Primos” o “Amigos” (que no hagan “Hermanos”, por favor), se convierten en supuestos éxitos de público y en “la mejor comedia española del año”. Y servidor no entiende nada. No entiendo las carcajadas del público a mi alrededor, como no las entendía cuando ví la última de Sánchez Arévalo. Porque ni la una ni la otra tiene maldita la gracia. Porque no estoy hablando de tipos de humor, más o menos grosero o inteligente, estoy hablando de humor, así a secas, de su presencia o su ausencia, y la verdad, yo no se lo veo por ningún lado a ninguna de las dos. Pero vayamos con la que me ocupa ahora.
Gamberrada ingenua y blanca sin pizca de gracia, con un ritmo desmayado más cercano a la mencionada “Primos” que a “Airbag”, “Amigos” es tan cómica como su fotografía, inexplicablemente grisácea y mortecina. Ya desde los créditos, se intuye una falta de ritmo y de humor alarmante. La puesta en escena es lamentable, digna de ese medio televisivo que supuestamente pretende parodiar. Por cierto que si alguien esperaba una crítica abierta y ácida al mundo de la televisión, ya se puede ir olvidando, más que nada porque produce “la cadena amiga”.

Sigamos. No hay comedia de situación, ni ritmo cómico, ni sorpresas (salvo por los repetidos e impactantes atropellos, que se pusieron de moda hace tiempo y ya empiezan a cansar), ni una gestión de la información personaje-espectador que favorezca la comedia. Todo el humor se confía a unos diálogos tremendamente flojos y obvios, y hasta extrañamente ingenuos a veces (“Te has pasao…entera”, le dice Alterio a Goya Toledo en un momento del film), y unos gags igual de flojos y fallidos, cuando no simplemente zafios y de un mal gusto irritante, como sucede con la parodia del “caso Farruquito” (bastante desfasada, por cierto).
Y así, entre situaciones absurdas y esperpénticas deshilachadas entre sí, al estilo del peor Torrente y que flirtean, como aquel, con el humor casposo y xenófobo (¿algún peruando en la sala?), el film llega en su tramo final, donde para colmo, nos golpea con una moralina vergonzante, en boca primero de un patriarca gitano al que no sabemos muy bien qué crédito otorgarle, y finalmente de Víctor (Alberto Lozano), el personaje más soso y falto de carisma de toda la función.

Para rematar la faena, el film no sabe ni siquiera morir con dignidad, y ofrece un epílogo, y un giro, y luego un recontragiro absurdo, y al final se suicida con un gag con el que ya se había herido anteriormente.

En fin, entre “poco inspirada” y “de vergüenza ajena”, son muchos los calificativos que se me ocurren. Porque este tipo de películas son las que le dan el mal nombre al cine español, y aun más si les dan premios, como el del público que se llevó en el Festival de Málaga. Así nos luce el pelo.
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